5/9/08

Estación agencia

Sesenta y nueve movimientos verticales por minuto la sacudían a mi antojo. -Más despacio que estamos haciendo demasiado ruido-, afirmó. Le tapé la boca y ajuste su vientre al mío con un apretón firme y egoísta. Después de eso retozamos como bestias hambrientas e insaciables por cerca de seis minutos.

-Seis minutos, eso prometió demorar. Si gusta puede esperarla en el salón del fondo-, explicó la recepcionista de mirada distante que atendía a escasos metros de la puerta. No era la primera vez que la visitaba. Ya me la he encontrado un par de veces y desde siempre se me han inflamado las venas de glóbulos carmesí al verla.

-Aire, dame un poco de aire. No, espera, tampoco quiero que te detengas tan pronto; hasta ahora estamos tomando fuerzas y no acepto rezagos como respuesta. Dame tu mano, ajá, con ambos dedos, con el puño abierto… no… uy, eso, sí, eso es…

Pasé a la sala de espera. Dos sillones color rojo oliva, una mesa de vidrio en el centro, tres revistas Vanidades con fechas de vencimiento postergadas al mejor estilo de cualquier peluquería y seis minutos. Tomé uno de los magazines, vi la publicidad de una rubia engreída con silicona en pecho y avancé al baño. 

-Dímelo… dime que podría ser todas tus mujeres en un día, que podría ser tu pelirroja, tu morena, tu fantasía inalcanzable, tu anhelo carnal, machista y prostituto.

 Agarré entonces sus carnes generosas de 120 gramos de propalcote brillante de contraportada y le fui infiel a todas las mujeres y a ninguna en ese baño, en esos seis minutos tras los cuales pude concentrarme en la reunión con las ejecutivas de la agencia, mientras sonreía seguro de que ninguna podría ser tan real, tan urgente ni tan falsamente complaciente como aquella verdadera experiencia publicitaria que logré y que aguarda todavía, a tan sólo un aviso de distancia, sobre la estilizada mesa de cristal color turquí.


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1/9/08

Estación consumo

Hombre, la realidad de los que consumimos y lo que consumimos... vale la pena verlo...








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