Estación de papel
Todas las noches la veía al pasar. Era más alta que yo, más bonita, más sonriente y distinguida. Siempre tuvo los mejores juguetes, paseos y zapatos con luces de color.
Cuando por fin nos encontramos una tarde de vacaciones en la azotea, no dude ni un segundo en enseñarle a construir aviones de papel. Le prometí que si hacia uno lo suficiéntemente grande podría montarlo y recorrer la ciudad. -Lo he hecho un par de veces, aseguré.
Como era costumbre, trajo la hoja más grande y brillante, y durante horas trabajó en hacer el aeroplano de papel más bello que cualquier niña hubiera soñado hacer. Luego, con sus ojos brillando bajo el sol, se lanzó al vacío.
Nunca pensé que el golpe pudiera sonar tan fuerte, pero debo confesar que sentí una brisa fresca en el silencio que le procedió, y ahora soy yo la más alta, más bonita, más sonriente y distinguida. Si algo cambia, ya haremos volar otros aviones de papel.
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