2/10/15

Estación princesa



Sentada en la montaña jugaba Magdalena, hija desconocida de alguno de los dioses del Concilio. Amaba hacer trenzas con los ríos que bordean la montaña, adornando el fluido con peces y flores de Alfapén. También acostumbraba mirar con sus ojos redondos hacia las estrellas, tratando de contarlas todas, de añadirlas en su trenza.

Luego de jalar y jalar hasta las vertientes más profundas, llegó al mar (que como la cabeza de tanta belleza lo entendió). Sin pensarlo un segundo en sus haberes infinitos se sumergió, y después de la primera vez, a diario se bañó.

Las inmersiones se convirtieron en algo tan habitual que un buen día dejó de regresar a tierra firme, y desapareció de los ojos de las plantas, de los animales y hasta de los mismos dioses, dejando apenas su recuerdo singular.

Todavía hay noches en que se escuchan risas mientras juegan los mares con las piedras, y desde entonces hay caídas de agua elevadas que llamamos cascadas y que se asoman como emulando lo perdido, como si todavía alguien siguiera jugando en la montaña.



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